domingo, 15 de septiembre de 2013

Crónica sobre la experiencia en el ELBA

“Navego en el mar de mis pensamientos, descubro que la realidad no es real y el mundo se me da vuelta de un día a otro sin saber qué pasó (…) Pasaron lagrimas que solo van al mar y nadie las distingue…”
Esas palabras eran sólo una de las tantas cosas que había podido leer la tarde del miércoles cuatro de agosto, esas palabras habían sido las que más me habían gustado, las que más me habían llegado. Tanto es así que las elegí para comenzar ésta crónica. 

Era una tarde de sol brillante. El clima era ideal para hacer algo diferente, así que esta vez, debía dejar de navegar en el mar de mis pensamientos y zambullirme en nuevos mares, zambullirme en una nueva experiencia. 

Mis nervios estaban ahí recordándome que estaba frente a una vivencia desconocida y única a la vez. Afortunadamente algo se había salido de la rutina y tenía  que aprovechar el momento,  no sabía cuándo podría volver a repetirse. Con ésta idea, cuando llegué a la calle Corrientes, atravesé con decisión la puerta del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. Allí se festejaban los 5 años que cumplía el taller de pensamiento y expresión en cárceles "En los bordes andando", que en su última edición: la número seis, daba puntos de vista sobre la justicia. 

Cuando subí las escaleras para llegar hasta el segundo piso del centro cultural me encontré de frente con tres o cuatro policías, lo cual aceleró un poco el latir de mi corazón, sin embargo en el  preciso instante en que entré a la sala Jacobo Lacks se desvanecieron mis nervios, mis temores, en el aire, se sentía el clima de celebración y dicha de quienes estaban allí, pese a algunas ausencias. Logré reconocer algunas caras, otras me eran desconocidas, sin embargo, con el transcurso de las horas todas empezaron a resultarme familiares. 
Afuera el sol seguía brillando, acompañaba la reunión. Estando allí no se notaba el transcurrir de las horas. Nada era como me lo había imaginado, me estaba sintiendo más cómoda de lo que hubiera creído cuando junto a mis compañeros me contaron sobre ésta presentación.

Hubo mucho arte, arte del bueno: música, cine, literatura, pintura y muchos colores. Colores que aparecieron por medio de cada una de las tapas de las revistas que habían sido hechas en esténcils durante el taller de “street art”. Colores en los tonos de voz de las interpretaciones que se habían creado en el taller de música y que acompañaba la proyección de las tapas. Cada obra lograba impactarme de manera diferente, cada obra parecía querer darle voz a  cada uno de sus intérpretes que así, podían saltar las rejas. Todas a su modo contaban las experiencias vividas en la cárcel, cada una con sus ritmos, sus tonos de voz, sus letras y sus colores. 

También hubo lugar para nosotros. Para que pudiéramos aportar nuestra marca a cada una de las revistas, y así sentirnos parte del proyecto, aunque el estar ahí ya nos involucraba, nos hacía partícipes. Nosotros éramos los puntos rojos en las revistas, pegarlos me hizo volver a mi niñez,  por algún extraño motivo en ese momento tuve un dejha vú y recordé mis días en el jardín de infantes. 

El momento más lindo estaba por venir, o al menos el más lindo para mí. Se dio cerca del final cuando tuvimos la oportunidad de escuchar algunas de las obras que se habían publicado en las revistas, leídas por los propios participantes del proyecto. Se atrevieron a ponerle voz a lo que estaba escrito. Así también aparecía parte del mensaje que trata de difundir el  proyecto “ELBA”: siempre vale la pena decir. Siempre vale la pena construir un puente o saltar la reja y así sentir la libertad, mas no sea a través de un papel.

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