martes, 12 de marzo de 2013

Destinados


Camila Azcuénaga era una  exitosa empresaria de la industria de la moda, había nacido en el seno de una familia adinerada y desde pequeña sentía pasión por la ropa, los últimos diseños, y las pasarelas, aunque nunca había querido subirse a una pese a que su metro ochenta y su refinada figura se lo hubiesen permitido. Pasaba su tiempo repartido entre Buenos Aires, donde había nacido, y las ciudades más importantes del mundo, París, Londres y Roma. Además escribía para un sinfín de magazines internacionales, revistas como Vogue, Elle y Harper’s bazaar ente otras se peleaban para ver cuál obtenía primero un artículo suyo.  
 
Con cuarenta años su vida parecía perfecta, no existía mujer que al menos una vez no hubiera deseado ser como Camila Azcuénaga, no había una que no la envidiara, ya sea por vestir los últimos diseños o simplemente por verse tan bien habiendo cumplido recientemente su cuarta década. Pero no todo era tan maravilloso como aparentaba.

Camila no era feliz, nunca había tenido hijos y su marido la había dejado por una mujer casi veinte años menor que ella. Estaba tan enfocada en mantener su imperio de la moda que hacía tiempo había dejado de vivir la vida. Si bien era muy común que apareciera en alguna revista de esas en las que salen los ricos y famosos durante la celebración de alguna fiesta, en desfiles o colaborando para alguna fundación; lo cierto era que ella aún buscaba rearmar su vida.

Una noche luego de terminar la editorial para el próximo número Vogue, abandonó última la redacción ubicada en las oficinas de Puerto Madero dispuesta a tomarse un descanso de lo que había sido un largo día. Se sentía sin fuerzas, con sueño y algo de hambre pero lo cierto es que aún no quería llegar a su casa. Desde que  su esposo la había dejado, hace de esto ya un tiempo aunque le parecía que éste pasaba cada vez más lento, se le hacía difícil volver cada noche al lugar que ambos habían compartido alguna vez, a ese sitio que en algún momento había llamado hogar. Por eso y pese al cansancio decidió caminar un rato contemplando el agua del río y el movimiento de la ciudad que aun siendo miércoles era intenso, pese a que el reloj marcaba pasadas las diez de la noche.

 “La ciudad nunca duerme” pensó para sus adentros, bastante sabía ella de esto siendo que había vivido en las mas importantes, sin embargo por algún motivo nunca había reparado en ello.

Deambuló sin rumbo absorta en sus pensamientos, sus ideas giraban en torno a cómo lograr que su empresa sea aún más exitosa, expandir su horizonte laboral y adentrarse en nuevos mundos dentro de ese universo amplio y que ella bien conocía como era el de la moda. Era todo lo que ocupaba su mente durante las veinticuatro horas del día, así y todo estuviera cansada como lo estaba aquella noche.

Caminó y caminó hasta llegar a un banco, similar a los  de plaza, donde se sentó para observar las estrellas mientras sentía como el viento de marzo soplaba cada vez con más intensidad, una clara señal de que el otoño estaba por empezar. Si le preguntan, Camila no podría explicar cuánto tiempo estuvo allí sentada ensimismada mirando el cielo, de pronto el agua comenzó a mojarle la cara. Estaba empezando a llover. Las gotas que caían la hicieron volver a la realidad. Tenía puesto su mejor traje y unos zapatos Gucci que había comprado en su último viaje a Italia, tan nuevos que aún no habían llegado a nuestro país.

Se levantó y comenzó a caminar con prisa mientras hacía equilibrio sobre los tacos, no quería estropear su atuendo. De pronto un golpe en seco frenó su rápido andar, había sido tan fuerte que terminó por arrojarla al suelo, no se había dado cuenta y chocó su cabeza contra el  hombro de alguien. En ese momento una mano se extendió hacia ella y oyó una voz masculina y seductora:

-Deberías caminar con más cuidado o vas a lastimarte.

Le dijo con una amplia sonrisa, que dejaba ver sus dientes deslumbrantemente blancos, mientras la ayudaba a incorporarse y la cubría con el paraguas que llevaba en su mano izquierda. Camila había quedado un tanto aturdida  y desorientada frente al azul intenso de sus ojos, no podía responderle.

-¿Estas bien? ¿Querés que llame a un médico?

Él parecía preocupado frente a su falta de reacción, pero ella continuaba absorta mientras esperaba escuchar un poco más de esa dulce voz que él poseía. En  ese momento comenzaron a cruzarse miles de pensamientos en su cabeza “¿qué le digo?, no quiero que se vaya”, “estoy bien, gracias solo un poco aturdida”, “sólo es un desconocido, vaya a saber que intensiones tiene”, nunca había forma de callar a su lado racional que tanto éxito profesional le había dado pero tal vez era el mismo que había llevado a la ruina a su matrimonio.

-Sí, lo siento. No sé en qué estaba pensando.

No sabía que le pasaba, comenzó a preocuparse pensando en que tal vez el golpe realmente le había hecho daño. No le salían más palabras, justo a ella que siempre sabía qué decir y cuando hacerlo. Cubiertos bajo el paraguas él la miraba expectante, tal vez,  esperando algún tipo de reacción por su parte. En ese momento ella solo atinó a sonreirle al tiempo que tocaba su frente un poco dolorida luego del golpe.

-Vamos por algo caliente para tomar, te va a hacer sentir mejor.

Caminaron algunos metros protegiéndose de la lluvia bajo el  paraguas de él mientras sus manos se rozaban al caminar tan cerca el uno del otro. Entraron a un local de comidas rápidas de esos que están abiertos las veinticuatro horas y pidieron café. En ese momento ella olvidó el dolor que sentía en la frente tras el golpe con él y cansancio acumulado del trabajo de todo el día, estaba comenzando a sentirse bien frente a la presencia repentina de aquel hombre del que desconocía todo incluso su nombre. Se sentaron en una mesa que daba directo a la calle por la cual entraba ese aire frío que ella tanto había estado disfrutando. Camila aún continuaba mirando la lluvia sin saber bien qué decir. Era la primera vez en mucho tiempo que no se animaba a pronunciar palabra, la figura de aquel hombre sentado delante de ella  le imponía respeto, tenía el pelo entre cano lo que daba cuenta de ser un hombre maduro y su rostro irradiaba una calidez que no había percibido antes. Siempre tan acostumbrada a mostrarse fuerte y capaz de todo frente a los demás, en ese momento se sentía indefensa y cohibida. Así que sólo atinó a voltear su cara hacia la suya y le sonrió.

-Gracias.

Pronunció al tiempo en que él respondió con otra sonrisa, que casi la lleva a un estado aturdimiento similar al que le había provocado el golpe, aunque éste por supuesto sería por una causa menos dolorosa. No entendía qué era aquello que ese hombre estaba provocando en ella, sólo sabía que jamás querría dejarlo ir, apenas lo conocía y sin embargo quería hacerlo suyo.

 Estaban allí frente a frente mirándose, como dos adolescentes que habían sido alcanzados por Cupido, sin decir palabra. En ese momento parecían no ser necesarias.

El tiempo parecía no transcurrir estando junto a él en aquel lugar. Terminaron el café y continuaban allí sentados mirándose mutuamente, enamorándose el uno al otro.  Él le pidió que le permitiera acompañarla hasta su casa. Tomó su mano y se dirigieron juntos hacia la salida, abrió el paraguas para protegerla de la lluvia que aún no cesaba una vez mas y en un susurro le dijo

-Por cierto, me llamo Lucas. Y le sonrió.

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