Camila Azcuénaga era una exitosa empresaria de la industria de la moda,
había nacido en el seno de una familia adinerada y desde pequeña sentía pasión
por la ropa, los últimos diseños, y las pasarelas, aunque nunca había querido
subirse a una pese a que su metro ochenta y su refinada figura se lo hubiesen
permitido. Pasaba su tiempo repartido entre Buenos Aires, donde había nacido, y
las ciudades más importantes del mundo, París, Londres y Roma. Además escribía
para un sinfín de magazines internacionales, revistas como Vogue, Elle y
Harper’s bazaar ente otras se peleaban para ver cuál obtenía primero un
artículo suyo.
Con cuarenta años su vida parecía
perfecta, no existía mujer que al menos una vez no hubiera deseado ser como
Camila Azcuénaga, no había una que no la envidiara, ya sea por vestir los
últimos diseños o simplemente por verse tan bien habiendo cumplido
recientemente su cuarta década. Pero no todo era tan maravilloso como
aparentaba.
Camila no era feliz, nunca había tenido
hijos y su marido la había dejado por una mujer casi veinte años menor que
ella. Estaba tan enfocada en mantener su imperio de la moda que hacía tiempo
había dejado de vivir la vida. Si bien era muy común que apareciera en alguna
revista de esas en las que salen los ricos y famosos durante la celebración de
alguna fiesta, en desfiles o colaborando para alguna fundación; lo cierto era
que ella aún buscaba rearmar su vida.
Una noche luego de terminar la
editorial para el próximo número Vogue, abandonó última la redacción ubicada en
las oficinas de Puerto Madero dispuesta a tomarse un descanso de lo que había
sido un largo día. Se sentía sin fuerzas, con sueño y algo de hambre pero lo
cierto es que aún no quería llegar a su casa. Desde que su esposo la había dejado, hace de esto ya un
tiempo aunque le parecía que éste pasaba cada vez más lento, se le hacía difícil
volver cada noche al lugar que ambos habían compartido alguna vez, a ese sitio
que en algún momento había llamado hogar. Por eso y pese al cansancio decidió
caminar un rato contemplando el agua del río y el movimiento de la ciudad que
aun siendo miércoles era intenso, pese a que el reloj marcaba pasadas las diez
de la noche.
“La ciudad nunca duerme” pensó para sus adentros, bastante sabía ella de esto
siendo que había vivido en las mas importantes, sin embargo por algún motivo
nunca había reparado en ello.
Deambuló sin rumbo absorta en sus
pensamientos, sus ideas giraban en torno a cómo lograr que su empresa sea aún más
exitosa, expandir su horizonte laboral y adentrarse en nuevos mundos dentro de
ese universo amplio y que ella bien conocía como era el de la moda. Era todo lo
que ocupaba su mente durante las veinticuatro horas del día, así y todo
estuviera cansada como lo estaba aquella noche.
Caminó y caminó hasta llegar a un
banco, similar a los de plaza, donde se
sentó para observar las estrellas mientras sentía como el viento de marzo
soplaba cada vez con más intensidad, una clara señal de que el otoño estaba por
empezar. Si le preguntan, Camila no podría explicar cuánto tiempo estuvo allí
sentada ensimismada mirando el cielo, de pronto el agua comenzó a mojarle la
cara. Estaba empezando a llover. Las gotas que caían la hicieron volver a la
realidad. Tenía puesto su mejor traje y unos zapatos Gucci que había comprado
en su último viaje a Italia, tan nuevos que aún no habían llegado a nuestro
país.
Se levantó y comenzó a caminar con
prisa mientras hacía equilibrio sobre los tacos, no quería estropear su
atuendo. De pronto un golpe en seco frenó su rápido andar, había sido tan
fuerte que terminó por arrojarla al suelo, no se había dado cuenta y chocó su cabeza
contra el hombro de alguien. En ese
momento una mano se extendió hacia ella y oyó una voz masculina y seductora:
-Deberías
caminar con más cuidado o vas a lastimarte.
Le dijo con una amplia sonrisa, que
dejaba ver sus dientes deslumbrantemente blancos, mientras la ayudaba a
incorporarse y la cubría con el paraguas que llevaba en su mano izquierda.
Camila había quedado un tanto aturdida y
desorientada frente al azul intenso de sus ojos, no podía responderle.
-¿Estas
bien? ¿Querés que llame a un médico?
Él parecía preocupado frente a su falta
de reacción, pero ella continuaba absorta mientras esperaba escuchar un poco
más de esa dulce voz que él poseía. En
ese momento comenzaron a cruzarse miles de pensamientos en su cabeza
“¿qué le digo?, no quiero que se vaya”, “estoy bien, gracias solo un poco
aturdida”, “sólo es un desconocido, vaya a saber que intensiones tiene”, nunca
había forma de callar a su lado racional que tanto éxito profesional le había
dado pero tal vez era el mismo que había llevado a la ruina a su matrimonio.
-Sí,
lo siento. No sé en qué estaba pensando.
No sabía que le pasaba, comenzó a
preocuparse pensando en que tal vez el golpe realmente le había hecho daño. No
le salían más palabras, justo a ella que siempre sabía qué decir y cuando
hacerlo. Cubiertos bajo el paraguas él la miraba expectante, tal vez, esperando algún tipo de reacción por su
parte. En ese momento ella solo atinó a sonreirle al tiempo que tocaba su
frente un poco dolorida luego del golpe.
-Vamos
por algo caliente para tomar, te va a hacer sentir mejor.
Caminaron algunos metros protegiéndose
de la lluvia bajo el paraguas de él
mientras sus manos se rozaban al caminar tan cerca el uno del otro. Entraron a
un local de comidas rápidas de esos que están abiertos las veinticuatro horas y
pidieron café. En ese momento ella olvidó el dolor que sentía en la frente tras
el golpe con él y cansancio acumulado del trabajo de todo el día, estaba
comenzando a sentirse bien frente a la presencia repentina de aquel hombre del
que desconocía todo incluso su nombre. Se sentaron en una mesa que daba directo
a la calle por la cual entraba ese aire frío que ella tanto había estado
disfrutando. Camila aún continuaba mirando la lluvia sin saber bien qué decir.
Era la primera vez en mucho tiempo que no se animaba a pronunciar palabra, la
figura de aquel hombre sentado delante de ella
le imponía respeto, tenía el pelo entre cano lo que daba cuenta de ser
un hombre maduro y su rostro irradiaba una calidez que no había percibido
antes. Siempre tan acostumbrada a mostrarse fuerte y capaz de todo frente a los
demás, en ese momento se sentía indefensa y cohibida. Así que sólo atinó a
voltear su cara hacia la suya y le sonrió.
-Gracias.
Pronunció al tiempo en que él respondió
con otra sonrisa, que casi la lleva a un estado aturdimiento similar al que le
había provocado el golpe, aunque éste por supuesto sería por una causa menos
dolorosa. No entendía qué era aquello que ese hombre estaba provocando en ella,
sólo sabía que jamás querría dejarlo ir, apenas lo conocía y sin embargo quería
hacerlo suyo.
Estaban allí frente a frente mirándose, como
dos adolescentes que habían sido alcanzados por Cupido, sin decir palabra. En
ese momento parecían no ser necesarias.
El tiempo parecía no transcurrir
estando junto a él en aquel lugar. Terminaron el café y continuaban allí
sentados mirándose mutuamente, enamorándose el uno al otro. Él le pidió que le permitiera acompañarla
hasta su casa. Tomó su mano y se dirigieron juntos hacia la salida, abrió el
paraguas para protegerla de la lluvia que aún no cesaba una vez mas y en un
susurro le dijo
-Por
cierto, me llamo Lucas. Y le sonrió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario